martes, 10 de junio de 2008

Un cuentecillo:Móviles


Mi vecino me ha contado que recibe mensajes insólitos en su teléfono móvil a las horas menos pensadas del día.
Primero fueron frases furtivas que bien podrían aplicarse a cualquiera, luego a medida que los botones del teléfono desgranan palabras, los mensajes de amistad se han vuelto más calidos por cercanos.
Ahora, las letras que nacen de un pulgar desconocido, viajan con destino previo.
Él contrariado tiene la necesidad de asumir que sus mensajes no son un error, pués a pesar del método insólito, siente alivio en su soledad de perro callejero.
Así con el cruce de palabras que vagan por la piel del viento desde sitios remotos, se han enredado en una amistad sin compromisos no sustentada en nombres, ni pasados, ni géneros, sino en el destierro de una soledad impermeable mal manejada.
Ninguno de los dos ha escuchado jamás la voz del otro, ni por supuesto se han visto.
Cuando mi vecino me contó esta historia de un realismo paranoico, le pregunté si a estas alturas de relación sabe al menos como se llama su interlocutor, de dónde es, y si es chico o chica.
Pero él me ha vuelto a sorprender con el alcance de su respuesta.


-Y si lo pierdo por preguntar-.

En realidad, él ya ha imaginado un cuerpo sin dueño: las charcas que van dejando los mensajes que recibe las drena hasta crear un mundo firme de ilusión por el que camina sin brújula.
Muchos hemos convertido el móvil, ese instrumento que va dejando rastros inolvidables por donde quiera que pase, en un grillete de ondas invisibles, mientras que otros siguen empleándolo tal como fue concebido:
Como una herramienta al servicio de la comunicación capaz de doblegar soledades impenetrables mientras convierte a tu jefe en sempiterno hasta que tengas batería.

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